El privilegio de la mirada

Diego Víquez


Creo que a los costarricenses nos falta atención y pensamiento.

Lledó, decía que la filosofía era el privilegio de la mirada, es decir, el presupuesto fundamental del conocimiento es mirar, pero no de cualquier modo, sino con asombro. Hoy nada nos detiene, inmersos en el aburridísimo ir y venir, dejamos que se escurran entre nuestras manos, las experiencias más extraordinarias, por no tener la capacidad de detenernos para convertir las cosas, los encuentros y los acontecimientos de cada día en oportunidades para ir al fondo de la experiencia humana, quedándonos solo en la superficie de todo. Y como nada nos asombra, nada es capaz de suscitar el pensamiento. Ese que se pregunta por el origen de las cosas, por su sentido, por el aprendizaje que se deriva de los acontecimientos. Nos falta ir al centro de las cosas que acontecen, nos perdemos en la reacción emotiva, en los aspectos más superficiales de las cosas, no en lo que las sustenta. De esta mirada atenta ante la vida, se derivan las preguntas y las respuestas. Sin ellas no se puede vivir con la conciencia plena ser humanos, puesto que el hombre y la mujer, somos esencialmente una pregunta que exige una respuesta, un anhelo que desea ser satisfecho.

Somos esencialmente búsqueda de sentido y deseo de felicidad. Si no están vivas las preguntas, y atenta nuestra mirada, estas exigencias menguan o desaparecen, para dar paso al conformismo, a la brevedad, a la intensidad de un segundo, pero nunca a la consistencia de lo verdadero. Como consecuencia de lo anterior, si la vida es pura fugacidad, si ya no entendemos nuestras vidas como relatos que deseamos que acaben bien, dejamos entonces de formular hipótesis explicativas de la vida, dejamos de plantear proyectos vitales claros.

Y esto sucede en todos los escenarios de la vida.

El educador, por ejemplo, deja de plantear a sus alumnos como tarea primordial una hipótesis explicativa de la realidad -¡la propia!-; el padre o la madre de familia, no entiende su tarea como comunicación de sí misma, anunciando la positividad de la vida en cada comentario y en cada mirada.

El político acaba perdido en el poder y sus escasas mieles, pensando que era por ellas por las que quería gobernar y no por el bien de sus conciudadanos. El ciudadano, distraído por los enormes flujos de información, acaba siendo presa de los rumores, de las reacciones instintivas o de los juicios apriorísticos y sin fundamento.

Como puede verse, creo que la primera emergencia de hoy, no me parece que sea ambiental, de gobernabilidad, o de liderazgo, es antropológica.

Volver a colocar a la persona en el centro de todo: ni el Estado, ni la ideología, ni el partido, ni el mercado. Volver a tener claridad en qué ser humano queremos ser, y construir una sociedad desde ese supuesto. Donde el “otro” siempre sea un bien, con quien sea posible construir una vida buena.