ÉTICA: USO Y ABUSO DE UNA PALABRA
Diego Víquez
Cada cierto tiempo, las sociedades echan mano de alguna palabra con el fin de señalar alguna sentida necesidad. El problema es que el uso repetido de la misma, acaba produciendo en ella el efecto que produce en una piedra rigurosa, el constante rodar por la corriente impetuosa de un río: la desgasta y le hace perder su fuerza original.
Fue así como algunas palabras y expresiones de fuerza innegable, como género, ecología y desarrollo sustentable, acabaron siendo sinónimas de mil cosas distintas y su empleo indiscriminado y hasta equívoco, terminó por vaciarlas y pasaron de ser piedras pesadas y llenas de aristas a ser simples y anodinos guijarros. Le toca ahora el turno a la Ética.
Si usted tiene cualquier necesidad o carencia, dése por descansado, solo tiene que aplicar una pequeña dosis de Ética y obtendrá cura milagrosa e insospechadamente eficaz para cualquier clase de dolencia. Y duele que le hagan eso a tan augusta palabra, sobre todo si se ve que se le manosea con total desparpajo y se le usa como sinónimo de mil cosas, sublimes unas –las menos- y ridículas otras –las más-.
Todos hablan de ella, todos la llevan en sus labios, es la moda, es lo políticamente correcto. Toda declaración debe hacer alusión en algún momento a esta novedosa palabra mágica y filosofal. Ética es al lenguaje actual, lo que podría ser el Hombre Araña al cine: lo top, lo in, lo que se lleva.
Cuando la escuchamos mencionar, de antemano sabemos qué seguirá: honradez, transparencia, rendición de cuentas, o una larga lista de prohibiciones o artículos, todos por supuesto que comenzarán con dos letras –que dicho sea de paso podrían ser el mal sinónimo de nuestra palabra en cuestión-: NO.
Y es que llama la atención, que ella, que era el patito feo de la política costarricense, desaparecida como por encantamiento, de la praxis y del discurso; reaparece, de un día para otro, como por obra de sutil encantamiento, convertida en princesa encantada. Todos hablan de ella, todos hacen códigos, todos hacen sonadas declaraciones de principios irrenunciables –mismos que incluyen cosas tan dispares que van desde no comer galletitas, hasta recortar la mitad del presupuesto de una institución-.
La sospecha, ese virus con media sonrisa en su rostro, aparece maliciosa con su andar sinuoso... ¿será convicción o meros cantos de sirena?
Delicado hacer un juicio contundente, ojalá sea convicción. Por ahora, por favor, denle un descansito a la palabra, hagan algunas cositas inspirados en la ética del servicio público, ya no hagan más declaraciones ni códigos, que cesen las palabras y den paso a las obras, como gustaba decir Antonio de Padua.
Y si por debilidad humana, gustaran hablar más y escribir más sobre ella, hágannos en ese caso un favor, y estudien, para saber qué dicen cuando dicen ética.